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¿Depresión, tristeza, duelo o qué?

En ocasiones nuestro ánimo está abatido, en otras nuestras ganas ausentes, a veces el mundo nos resulta poco soportable, lo cual se manifiesta especialmente en ponernos irritables con otras personas. ¿Qué nos ocurre? ¿Son respuestas adecuadas a un contexto de realidad que las provoca y, por lo tanto, las explica, o son manifestaciones de un estado mental alterado y, correlativamente, del hecho de que nuestro cerebro no está funcionando del todo bien?

Ambas variables, las externas y las internas, suelen interactuar en la generación de dichos estados de ánimo. Siempre es conveniente intentar tener las ideas más claras posibles respecto de lo que nos está afectando anímicamente. Mediante la autobservación, que puede decirse también “autoconciencia”, podemos ayudarnos a lograr ideas más cercanas a lo que realmente nos está pasando mentalmente. Mediante el ejercicio voluntario de la atención plena (divulgada actualmente con el concepto inglés “mindfulness”) podemos mejorar nuestra capacidad de ser concientes de los estados de nuestra mente.

Cabe aclarar que nuestro autoconocimiento siempre está sesgado por una inevitable subjetividad. Además, tener presente la idea de que muchos procesos cerebrales no pueden acceder a la conciencia y que otros muchos pueden acceder sólo eventualmente. También es muy importante, desde el punto de vista práctico, ser concientes de que hay una parte del conocimiento de nosotros mismos que no es de nuestra propiedad, sino que les pertenece a las personas de nuestro entorno. El conocimiento que los otros tienen de cada uno de nosotros es de vital importancia en muchas situaciones que ameritan la ayuda de un psicólogo y/o un psiquiatra.

Es útil tener en cuenta las diferencias entre estar triste y estar deprimido: la tristeza es un sentimiento y como sentimiento tiene siempre un objeto; por “objeto” entendemos el motivo, basado en un hecho acaecido, que conduce al estar triste. Es conveniente aclarar que el hecho motivante de la tristeza puede haber sucedido en el presente o en el pasado; es decir, que puede ponernos tristes algo que estamos experimentando en el presente o algo que la evocación nos trae al ahora, esto último proviene de los archivos de nuestra memoria, sean dichos recuerdos buscados voluntariamente o presentarse en nuestra mente sin haberlos buscado.

Pero, ocurre que, ante el ojo de un observador, la persona que está triste presenta signos en sus conductas, actitudes y expresiones (sean estas expresiones orales o gestuales) similares a las que tendría una persona padeciente de un trastorno depresivo. Estas similitudes son las que pueden llevar a confundir un sentimiento de tristeza con un estado depresivo. No sólo puede equivocarse la persona que observa estos signos en otro individuo, sino que el propio individuo que está triste puede confundirse y preocuparse inútilmente pensando que está sufriendo de depresión.

 

 

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Lo más grave sería que el profesional de salud también se equivocara, ya que tal error daría lugar a un diagnóstico falso y, por lo tanto, resultaría iatrogénico todo tratamiento, psicoterapéutico o farmacológico que se realizara a partir de tal diagnóstico. Iatrogénica es una práctica en salud que redunda en enfermedad, o daño, en vez de conducir a la salud o a la mejoría).

Muy importante es distinguir un duelo normal de una depresión: es parte de nuestras vidas el experimentar duelos. El proceso de duelo es parte del funcionamiento normal de nuestra mente. Toda vivencia de pérdida grave requiere que la persona afectada por tal situación realice un proceso de duelo. En el duelo se van aceptando realidades que están fuera de nuestro alcance poder modificar; en el habla cotidiana es lo que se expresa con la dura frase “es lo que hay”, aquello desagradable, triste, enojoso y frustrante ante el cual nos sentimos y nos sabemos impotentes para cambiar. Lo que motiva el duelo es siempre la vivencia de lo irreparable.

No nos estamos refiriendo solamente a la muerte de un ser querido, de una persona a la que nos unía un fuerte afecto. También son situaciones motivantes de duelos: la pérdida de un buen empleo, la quiebra de un negocio, una separación de una pareja conviviente, una decepción grave producida por la inesperada y desagradable conducta de un amigo, la enfermedad grave o la discapacidad de alguien que queremos. Una vivencia que hace necesario muchas veces un proceso de duelo es el darse cuenta de que uno de nuestros progenitores (puede ocurrir también con padres adoptivos) no es lo que pensamos que era; frecuentemente lo más grave es cuando esta situación se da con respecto a una madre, en este último caso suele ser más intenso el duelo.

El problema es que, en el caso de pérdidas muy graves, las alteraciones en el ánimo y en las conductas de las personas afectadas son similares a muchos de los síntomas de un trastorno depresivo. A igualdad de lo que decíamos de la similitud aparente y de la diferencia esencial entre tristeza y depresión, en el caso de los duelos serían más graves aún las consecuencias de confundir un duelo con un trastorno depresivo. Los parecidos van a ser muchos: pérdida del apetito, dificultades para conciliar o mantener el sueño, desgano, angustia, falta de proyectos y desinterés por cosas que antes motivaban a la persona en cuestión.

Para cerrar esta nota, quisiera comentar que un proceso de duelo puede “enquistarse” y, consiguientemente, dar lugar a un trastorno depresivo; ello es lo que suele denominarse “duelo patológico”. Es decir, no se ha continuado normalmente un proceso de duelo y de tal interrupción deviene enfermedad, es un duelo que no termina nunca. Hay que reconocer que hay procesos de duelo que son muy largos y que a veces no terminan nunca, sin que podamos pensar en estos casos en patología, por antonomasia es el caso de la muerte de un hijo.

Lic. José Luis Abalo. M.N.926; M.P.70.031. 4294 –8211

Miembro de “Redes”. Equipo Integral de Salud Mental.

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