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Sociedad y cerebro: unidos en salud y enfermedad – Lic. José Luis Abalo

 

Una sociedad es un sistema complejo y cambiante, con dificultades para mantener su estabilidad. Está conformada por un amplio y variado conjunto de instituciones, el término “instituciones” abarca una gran cantidad de cosas diferentes, desde el Poder Judicial a una costumbre, tal como el darse las manos como saludo. Al mismo tiempo toda sociedad está integrada por miembros; los miembros son todos los seres humanos que están insertos en la interacción comunicacional. No existe ninguna interrelación entre individuos con instituciones, o de algunos individuos entre sí, que no implique alguna forma de comunicación.

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Estas palabras dan cuenta de una forma muy esquemática de la relación entre individuos y sociedades. No hay sociedad sin miembros, así como tampoco hay un individuo humano que no sea a su vez un miembro de una sociedad. Esto vale aun para el caso de las personas que viven en la marginalidad y para los seres humanos que padezcan alguna discapacidad intelectual. Las excepciones serían dadas por los dementes profundos y por las personas que se encuentren en un estado de coma permanente, o sea, en vida vegetativa.

Si pensamos en los miembros de una sociedad humana – porque también puede hablarse de “sociedades animales” -, estamos hablando de seres biológicos, dotados de un cuerpo y este cuerpo los sitúa materialmente en el contexto físico en el que se desarrollan las interacciones sociales. Pero, si hablamos de interacciones comunicativas, entonces tenemos que ubicar en cada miembro cuál es el órgano primordial que les posibilita tal tarea. Esta consideración, en los tiempos actuales, nos señala directamente al cerebro.

Tenemos que pensar necesariamente que cada cerebro humano es un órgano más de todo cuerpo humano. Lo que destaca al cerebro del conjunto de los sistemas del organismo humano es que sus funciones son las únicas que permiten una conexión sensorial con el mundo exterior. Esto no desconoce que todo nuestro cuerpo interactúa física y químicamente con el ambiente material en el que vivimos.

Aquí tenemos que introducir otro concepto fundamental y es el de conciencia. Una vida cabalmente humana requiere, sí o sí, de la capacidad de un individuo de la especie para alcanzar estados mentales concientes. La problemática científica de la conciencia es una de las áreas de avanzada en el conjunto de las ciencias. Mucho sabemos ya de la misma pero, mucho más hay también para seguir investigando.

No es este artículo el que va a adentrarse en los intrincados procesos que las neurociencias han descubierto, buscando entender cuáles son las bases neurobiológicas de los actos mentales dotados de la cualidad de concientes. Aquí, sólo nos interesa dar una idea de la estrecha interrelación que se da entre los contextos sociales y los cerebros de los humanos interactuantes en dichos contextos.

Cuando hablamos de “estados concientes” nos estamos refiriendo a algo mucho más complejo que al uso de “conciencia” como un estado mental de vigilia y lucidez, en comparación con el dormir y con un  estado de coma. Para ilustrar la importancia de esta temática podríamos comentar que hay  grados en los estados de conciencia.

 

Dichos grados van desde el ser concientes de sentir calor o frío, o de ver un árbol o de experimentar cariño o fastidio, hasta el punto más alto que es el ser concientes de que somos concientes de experimentar esas percepciones y esas vivencias. A ello se agrega la importancia para la vida humana en sociedad de la capacidad de ser concientes cada uno de nosotros de nuestras capacidades y virtudes, así como también de nuestras debilidades y defectos. En este último plano se distingue la posibilidad de ser concientes del efecto que nuestras conductas y actitudes producen en quienes interactúan con nosotros; es decir de la capacidad de empatía.

La empatía nos permite conducirnos en la vida social – en todos sus planos: familia, trabajo, amistades, deportes, política, etc. –  con adaptación a cada uno de los contextos en que nos movemos, de cuidarnos a nosotros mismos al mismo tiempo que cuidamos al otro. Esta actitud es siempre válida y su ejercicio no implica que dejemos de protegernos de conductas dañinas, conductas que muchas veces son consecuencia de la carencia de empatía por parte de los sujetos de dichos comportamientos.Imagen relacionada

La capacidad de tener conductas sociales sanas y de mantener también relaciones sanas depende entonces del entrecruzamiento de dos planos. El de nuestra salud mental y el de la relativa salud del ambiente en que se desarrolla nuestra vida cotidiana. El uso de la palabra “relativa”, con la que califico a la salud del medio social, obedece a la penosa situación en que se vive a nivel global, en diferentes grados de “enfermedad” del ambiente social según los países y las regiones de estos países.

Puede parecer exagerado hablar de “penosa situación” para referirnos al estado del mundo. Pero, si consideramos los conflictos bélicos – casi constantes en algunas regiones -, las profundas desigualdades en el acceso a la salud, a la educación y al bienestar – tan dolorosamente presentes en muchas latitudes – y tomamos en cuenta las peores consecuencias de estas condiciones, que son la marginalidad,  la delincuencia y la pandemia global de la dependencia de las drogas y del consumo intensivo de bebidas alcohólicas; entonces no nos va a parecer exagerado sostener que la salud del ambiente social es siempre relativa: a veces un poco mejor, otras veces un poco peor.

Nuestros cerebros están interactuando permanentemente con el ambiente en que vivimos, para bien o para mal.  De la salud de nuestra mente dependen en gran parte nuestras conductas y, recíprocamente, de la relativa salud del ambiente depende la salud de nuestra mente. Este proceso es constante en nuestra vida desde el nacimiento hasta la muerte. Sólo estados demenciales profundos pueden interrumpir esta interacción  entre cerebro y sociedad.

Siempre es menor la capacidad personal que tenemos para influir en el estado social que la gran fuerza que tiene el ambiente comunitario para alterar nuestra vida. Las excepciones están dadas por la importancia de las funciones institucionales que poseen algunos individuos para influir en los procesos socioeconómicos y culturales que hacen a la salud o a la enfermedad del medio en que nos movemos.

 

                        Lic. José Luis Abalo. M.N. 926 – M.P. 700031

                             Psicólogo clínico y Terapeuta familiar

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