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Cierre dominical del comercio minorista 1º Parte

El avance de la globalización sobre la sociedad moderna ha traspasado las fronteras económicas, sociales, culturales, políticas y tecnológicas para introducirse de lleno en la vida de los pueblos. La modificación profunda del entorno que genera ese proceso dinámico y multidimensional que se manifiesta a lo largo del planeta, y que tiene como expresión más visible la interdependencia y liberalización de los mercados, genera múltiples ventajas vinculadas al consumo, el confort, la ampliación de las fronteras del conocimiento, el auge de las comunicaciones, y el progreso científico y tecnológico.

Pero, simultánea y paradójicamente, la globalización va sembrando un complejo sistema de efectos perjudiciales que el mundo y la Argentina no pueden seguir desatendiendo. La globalización integra, pero también fragmenta. Esa es una realidad tan visible como innegable. Visible, porque es una fragmentación que ocurre sin disimulo, perceptiblemente. Innegable, porque se manifiesta de diferentes formas. La pobreza, las inequidades sociales, la despreocupación frente a los problemas urgentes de nuestros semejantes, la revalorización de lo material por sobre lo espiritual, la anulación del tiempo para la reflexión o el diálogo sereno, la precarización del empleo, la deshumanización del trabajo y la dominancia de la economía son problemáticas que nos conciernen a todos y sobre las cuales hay que iniciar un diálogo profundo y consciente para establecer acuerdos, consensos y directrices a seguir.

La globalización se ha instalado en nuestras sociedades, en nuestras vidas y se siente en todas las dimensiones de la realidad cotidiana familiar, con efectos no siempre saludables. Ese fenómeno de integración mundial ha modificado radicalmente las relaciones humanas, los hábitos y las costumbres de los individuos. Posiblemente, una de las consecuencias más sensibles de esos cambios es la desarticulación de la unidad de referencia básica de cualquier sociedad: la familia, que a diario la vemos sucumbir frente a la falta de tiempo para el encuentro o para el diálogo entre sus principales miembros. Una falta de tiempo que, más rápido de lo que el análisis teórico puede alcanzar, se va transformando en costumbre, indiferencia, alejamiento y minimización del sentido de pertenencia familiar, con los efectos psico-sociales que esas pérdidas producen en cualquier individuo y las consecuencias sobre la integridad de la sociedad.

Cambios profundos

Una de las manifestaciones fehacientes sobre cómo la globalización ha modificado ciertos patrones de comportamiento que inducen a la desintegración familiar y la disgregación de las sociedades es la anulación del tiempo de descanso que han impuesto los grandes formatos comerciales que invadieron el mercado, y que en muchos países han ido desplazando al pequeño y mediano comercio.

En la Argentina, esta manifestación se profundizó a partir del año 1991, cuando el proceso de desregulación económica impulsó la instalación indiscriminada de grandes cadenas comerciales en sus formatos de hipermercados y shoppings. Estas estructuras de vanguardia para la época se diferenciaban no solo por la concentración en la oferta de productos, sino por mantener sus puertas abiertas durante largas jornadas, incluyendo los domingos, en desmedro de los pequeños comerciantes que se vieron obligados a adaptarse al nuevo sistema horario para afrontar la nueva competencia y sobrevivir.

El fenómeno no fue exclusivo de las grandes ciudades. Hipermercados y shoppings evaluaron su desembarco en cada ciudad con más de 100 mil habitantes del país y, en pocos años, fueron poblándolas. En provincias como Mendoza, Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe, Tucumán o Salta, ningún vecino de cualquiera de sus ciudades se imaginaba hasta ese momento salir de compras un domingo. Sin embargo, las reglas de juego fueron cambiando desde entonces y, con ellas, se fue gestando una modificación cultural rotunda y sin precedentes. Hoy, más de dos décadas desde iniciado ese proceso, buena parte de la población planifica salidas de compras al supermercado o al shopping como parte de sus actividades habituales del domingo.

Pero esta nueva forma de comercializar, que no tardó en consolidarse, propagó efectos negativos al núcleo social primario (la familia), minimizando prácticas como el encuentro familiar dominical y el disfrute de actividades sociales y culturales que, más que hábito y tradición, contribuyeron durante décadas y posiblemente siglos, a mejorar el espíritu, el rendimiento, la salud y la satisfacción de los individuos.

Las cifras registran con claridad la evolución de ese fenómeno: si a fines de la década del ’80 había solo 2 shoppings instalados en el país, a fines de los ’90 esa cifra se había ampliado a 48, y el año 2012 finalizó con una plataforma de 107 espacios comerciales de ese tipo, de los cuales 36 se localizan en la Ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires, en tanto el resto se distribuyen por el país. En el sector de autoservicios la evolución fue similar y hoy, de los 8.672 establecimientos activos en la Argentina, 1.345 son bocas de grandes cadenas de supermercados que concentran casi 60 % de las ventas totales del sector. Simultáneamente, las mediciones sobre satisfacción de los argentinos con su vida no evolucionaron positivamente, y entre los principales flagelos manifestados por la población se encuentran el exceso de empleo o la falta de tiempo para compartir con familia y amigos.

Los grandes grupos económicos defienden el trabajo durante la jornada dominical argumentando que debe respetarse la libertad de los consumidores, y que una medida contraria implicaría la reducción del personal y el empleo. Pero sus argumentos son retóricos y falaces. Estudios oficiales y privados realizados en provincias y municipios de la Argentina muestran que los hipermercados y shopping destruyen más empleos de los que generan, y la realidad cotidiana nos indica que la libertad del consumidor no se construye en un domingo de compras por el shopping o el hipermercado sino en espacios como el hogar, el barrio o lugares comunes donde se pueda compartir un juego, una palabra o simplemente encontrar un momento de tranquilidad, en compañía o en soledad.

Efecto Negativo

El efecto de los hipermercados y shopping sobre la vida familiar no es neutro: en la medida que esas grandes cadenas han decidido abrir sus puertas los domingos, el pequeño y mediano empresario se ha visto impulsado a la misma operatoria para competir con ellos y evitar el desplazamiento de la masa de consumo hacia esas grandes superficies comerciales. La preocupación no es menor. De ocurrir ese desplazamiento, las consecuencias sobre el empresario PYME y el empleo serían catastróficas, porque implicaría la pérdida de miles de puestos de trabajos y el deterioro de ingresos de muchas familias.

Pero aun así, el impacto de esa nueva dinámica comercial que trabaja de lunes a lunes lo recibe todo el universo de trabajadores en la pérdida automática de bienestar. Efectivamente, cuando al trabajador se le anula el séptimo día de la semana, que es la jornada del descanso, del tiempo para el ocio, del espacio de la relajación, del encuentro consigo mismo o con sus vínculos, ya sea éstos frecuentes u ocasionales, se le está generando una especie de alienación vincular y espiritual, donde su vida pasa a ser dominada por la esfera laboral y económica. Si bien muchos comercios asignarán a sus empleados una jornada libre, ese día ‘franco’ suele caer en la semana, cuando la prisa del trabajo y de la producción ligera impiden que el trabajador pueda descansar en las condiciones requeridas para llevar adelante una vida plena, tanto en su plano material como espiritual.

El mismo efecto se produce sobre el empresario PYME, especialmente el pequeño, que conforma el 80 % del universo de comercios del país. Esos comercios requieren la presencia permanente de su propietario, y muchas veces del grupo familiar, porque su estructura les impide rotar el personal. Se trata de empresarios PMES que, sobre todo, son trabajadores y también merecen la posibilidad del descanso dominical.

La pregunta inevitable a esta altura es: ¿cuál es la ganancia de ese esquema de producción y empleo que al eliminar el descanso dominical genera alienación y estrés sobre trabajadores y empresarios?

Ninguna. Como todos conocemos, en la mayoría de las economías del mundo, el consumo es el movilizador de la producción, del empleo y de la inversión. El consumo es el motor de cualquier economía porque en la medida que la población consume las empresas invierten, producen y generan empleo. En la Argentina, el 79 % del Producto Interno Bruto (PIB) se explica por la demanda de consumo, ya sea de bienes o de servicios.

Sin embargo, tan real como eso es que las familias tienen un presupuesto limitado para asignar al consumo durante el mes. Si los comercios no abren sus puertas al público los días domingos, lo que el individuo deja de adquirir en esa jornada será comprado en otro día de la semana. La modificación del comportamiento sería automático: la gente en vez de ir de compras los domingos, fraccionaría su demanda de lunes a sábados, como sucede en muchos países del mundo, sin reducción ni del consumo, ni de la producción, ni del empleo.

Desde el punto de vista económico, ¿es necesario que los comercios abran los domingos? Definitivamente, no. La apertura dominical no incrementa el consumo agregado de la sociedad, solo modifica el patrón de compras. El núcleo de esa modificación es que el domingo se convierte en un día destinado al consumo abundante, donde los mayores beneficiados son los grandes comercios que ofrecen al público un espacio donde pasear y consumir a la vez. El patio del hogar, la mesa de familia, el living del café, todo se traslada a ese gran espacio comercial comunitario desconectado, donde simultáneamente miles de personas conversan, caminan y compran, pero también se ignoran. Mientras tanto y para que eso sea posible, miles de trabajadores pierden el día dominical de descanso.

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