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GRINMAN: «PODEMOS SER UNA ARGENTINA MUCHO MEJOR DE LA QUE SOMOS»

Columna de opinión del presidente de la CAC, Natalio Mario Grinman, publicada en El Liberal de Santiago del Estero con motivo del 124° aniversario del medio.

A continuación se reproduce una columna de opinión del presidente de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC), Natalio Mario Grinman, publicada en El Liberal de Santiago del Estero con motivo del su 124° aniversario. De las ideas a la acción; del sueño a la realidad

Un país en el que los empresarios puedan hacer crecer sus negocios y en el que los empleados logren progresar a partir de su trabajo. Una nación en la que la educación y el esfuerzo sean las llaves del progreso social y en donde la seguridad sea la norma. Una Argentina en donde impere la ley y en la que cada quien pueda desarrollar su potencial. Si me preguntaran cómo es el país con el que sueño, seguramente respondería algo como esto. Y seguramente seríamos muchos –aunque no todos– los que daríamos una respuesta más o menos parecida. 

Planteado a grandes rasgos el escenario aspiracional que, según creo, suscita una coincidencia amplia, surge inevitablemente la pregunta de por qué estamos como estamos. Me refiero a por qué nos encontramos tan lejos de aquella nación de nuestras aspiraciones.

En primer término, debemos admitir que ese país no es algo que automáticamente se dé. Me refiero a que no es cierto que de este a oeste y de norte a sur el globo esté plagado de naciones que viven en un estado de gracia, siendo Argentina la única excepción en donde las desdichas proliferan. No, así no son las cosas. Vemos a diario en distintas partes del mundo hechos de inseguridad, penurias económicas y muchos otros males que tan familiares nos resultan a quienes habitamos este suelo. Esto en modo alguno es una invitación a conformarse con el mal de muchos; lo que sí pretende ser es una reflexión acerca de que el progreso no ocurre mágicamente en todo tiempo y en todo lugar y que hay una suerte de maldición o confabulación que nos lo impide a los argentinos. No es así. La prosperidad no es algo que podamos dar por descontado, sino que deben crearse las condiciones adecuadas para ello. 

En segundo lugar, cabe advertir que “estamos mal pero no tan mal”. Me refiero a que, si bien sabemos de naciones que experimentan un nivel de vida muy superior al nuestro, también leemos cotidianamente noticias de catástrofes naturales, guerras, hambrunas severas y tantos otros flagelos que azotan a los pueblos y de los que, afortunadamente, buena parte de los argentinos no tenemos experiencia directa. De nuevo, esto no es una invitación al conformismo, a contentarse con “la mediocridad argentina”. Más bien intenta ser una alerta: estamos mal, pero lamentablemente existe amplio espacio para descender aún más. 

Queda dicho, entonces, que el progreso exige esfuerzo y que de no corregir nuestro rumbo podemos estar mucho peor de lo que estamos. Algunos pueden interpretar esto como una afirmación pesimista. Yo quiero que se entienda como un llamado de atención que nos convoque de una buena vez a ponernos a hacer lo que tenemos que hacer. Los argentinos no podemos seguir perdiendo el tiempo en enfrentamientos inconducentes ni probando políticas vetustas que se han demostrado contraproducentes; eso solo nos trae estancamiento y decadencia, mientras el futuro de nuestros hijos y nietos parece deshilacharse. Debemos reaccionar. 

La motivación debería ser aún más fuerte si tomamos nota de nuestra propia historia. Hubo momentos del siglo XIX en los que este territorio estuvo sumido en el caos y pocas décadas después nos encontrábamos entre las naciones más ricas del mundo y atraíamos a miles y miles de hombres y mujeres de todo el mundo que buscaban radicarse en este suelo. Apostamos en aquel momento al orden, a la educación, al imperio de la Constitución, a la integración al mundo. Y entonces el progreso fue manifiesto. Si lo hicimos una vez, ¿por qué no podríamos hacerlo de nuevo?

Hay quienes sostienen que Argentina es un país rico; yo suelo decir que no somos un país rico –los índices de pobreza e indigencia que tenemos tristemente lo dejan en evidencia–, pero que sí somos una nación potencialmente rica. Me refiero a que contamos con recursos naturales, humanos e incluso financieros para poner en marcha a la economía y mejorar sustancialmente el nivel de vida de nuestra población. Podemos ser una Argentina mucho mejor de la que somos. 

¿Qué hacer entonces “para pasar de la potencia al acto”, como diría algún filósofo? En otros términos: ¿cómo hacer que ese sueño al que antes hacía alusión se vuelva una realidad? Lamentablemente no tengo yo una respuesta acabada a ese interrogante, pero sí me permito esbozar algunos lineamientos que considero que podrían acercarnos a aquel objetivo, que podrían colaborar para que pasemos de esa idea de país anhelado que ronda en nuestras cabezas a acciones concretas que nos permitan construirlo. 

En primer lugar, deberíamos dejar en claro cuáles son los objetivos comunes; expresarlos en palabras. Aunque algunos se pueden dar por sabidos, considero importante poner blanco sobre negro cuáles son nuestras metas compartidas. Y procurar que este horizonte concite la adhesión de amplios sectores que se comprometan con este logro. No me refiero solo a distintos partidos políticos, sino también al empresariado, a los trabajadores, a la academia y a otros espacios de nuestra sociedad. 

Tras plasmar estos propósitos, debería avanzarse hacia medidas concretas, proceso que debe estar liderado por el Gobierno de turno. Esta fase exige, por un lado, de una amplia solvencia técnica, y por el otro, del insustituible arte de la política. 

El diseño y la implementación de las herramientas concretas que el país necesita para sortear los obstáculos demanda de mucho conocimiento, de mucha experiencia, de mucha pericia, que deben ponerse al servicio de este objetivo. Universidades, intelectuales y funcionarios públicos de carrera deberían trabajar mancomunadamente en esta dirección. 

Pero a la vez, debe apelarse a la política para conciliar las pretensiones de los distintos actores sociales. Sucede que ciertamente no se podrá cumplir plenamente con las aspiraciones de cada uno de ellos; todos tendremos que ceder un poco. La política tiene entonces el desafío de buscar la diagonal que permita el acuerdo.  

De lo anterior queda claro que lo esbozado es una tarea colectiva. Debe ser colectiva la fijación de metas, pues solo así se logrará el compromiso de vastos sectores en torno a ellas. Y también debe ser colectivo el trabajo de puesta en marcha de las medidas concretas para alcanzarlas. El adecuado diseño requiere del saber no solo de técnicos sino también de quienes conocen los problemas de primera mano; y la conciliación de intereses en disputa en pos del bien común exige que cada sector obre de buena fe, que cada uno esté dispuesto a sacrificar algo del interés sectorial presente en el altar de un beneficio compartido a futuro. 

Pasar de las ideas a la acción, del sueño a la realidad, no es una tarea fácil y el éxito no está garantizado. Pero estoy convencido de que con el compromiso de todos es una meta alcanzable. Es nuestro futuro, el de nuestros hijos y el de nuestros nietos lo que está en juego. Bien vale la pena intentarlo. 

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