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Sicología & Bienestar – Hacia una ecología de la mente por Lic. Jose Luis Abalo


“Ecología” y “mente” pueden resultar para la mayoría de las personas dos conceptos que difícilmente pueden relacionarse. A mediados del siglo pasado Gregory Bateson, un antropólogo inglés, que se estableció en los Estados Unidos, propuso la denominación “ecología de la mente” para designar el carácter social de la construcción tanto del razonamiento como del conocimiento. Esta concepción quedó enmarcada en el naciente pensamiento sistémico en la psicología y también en la sociología.

La utilidad de utilizar esta idea radica en que la misma nos permite superar con menor dificultad prejuicios que tenemos sobre la condición humana. Por ejemplo, si entendemos que nuestra visión de nosotros mismos y de nuestros entornos posee siempre un grado de relatividad, podemos pensar con mayor libertad y librarnos de una visión individualista extrema. El enfoque ecológico implica siempre una mirada relativista, en el sentido que, si tomamos el ejemplo de una especie animal cualquiera, sus conductas siempre van a estar adecuadas a su nicho ecológico. El nicho ecológico es el hábitat en el que una especie puede desarrollarse y tener continuidad de existencia.

En el caso de la especie humana, sus hábitats naturales son las sociedades. Fuera de estos contextos no podría desarrollarse una vida cabalmente humana. Incluso los adultos psicofísicamente normales presentarían alteraciones mentales y de comportamiento en condiciones de aislamientos muy prolongados. En una película que fue hace unos años muy taquillera, “Náufrago”, se muestra con bastante realismo las alucinaciones que experimenta el protagonista, al vivir aislado por un tiempo largo en soledad en una isla. Según la historia narrada, no se le dispara al sujeto en cuestión ninguna psicosis persistente; por lo tanto, al volver a su entorno social de origen recupera la  estabilidad mental.

Desde un punto de vista radicalmente individualista, cada ser humano es una persona que se vale absolutamente por sí misma y que puede entender el mundo sin compartir alguna de las ideas prevalentes en su marco social. Esta creencia no posee ningún respaldo empírico. Reconocemos la condición basal que tiene el llamado  “conocimiento de la vida cotidiana” para todo otro conocimiento, incluyendo al científico. Aceptamos que, así como dicho mundo de ideas  y valores compartidos, resulta imprescindible para  el desenvolvimiento habitual de cada persona, al mismo tiempo contiene muchos prejuicios.  Usamos el término “prejuicio” para referirnos a los preconceptos que tienen una carga “viral” negativa; carga que conduce a rechazos, odios y discriminaciones derivados de una mirada sesgada de la realidad.

En una oportunidad una persona de nacionalidad paraguaya me dijo que ella había sido víctima de discriminaciones, sólo por ser  de dicha nacionalidad. Lo que me llamó mucho la atención fue el hecho de que en otra oportunidad manifestara un fuerte rechazo y animadversión hacia los bolivianos. Me permití decirle que ella era prejuiciosa y que los discriminaba, así como ella había sido discriminada   y, para mi asombro, me contestó que esa afirmación de ella no era discriminatoria, afirmando: “los bolivianos son malos”.

 

Actualmente estamos acostumbrados a pensarnos inmersos en un mundo “global”, a beneficiarnos de sus ventajas y a quejarnos de sus efectos negativos. Sin entrar a considerar en esta nota dicho tema, podemos opinar que esta modificación histórica que experimentan nuestras sociedades hace todavía más efectiva la integración de todo nuestro universo cultural. Universo que abarca desde la tecnología a nuestras costumbres y gustos, e incluye nuestros rechazos e intolerancias. Esta realidad es la que unifica, para bien a veces, para mal otras veces, nuestro ecosistema mental.

Un abordaje psicológico clínico no puede dejar de lado esta visión ecológica de la mente; de hacerlo, conduciría a un empobrecimiento de la subjetividad de quienes nos consultan. Puede ocurrir que algunos psicoterapeutas no posean esta visión más amplia y, sin “querer queriendo” desencarnen al sujeto humano. Sujeto que posee una doble encarnadura: la biológica y la social. Esta afirmación no implica la división del ser humano en dos esencias distintas: la biológica y la social. Como hemos sostenido en artículos anteriores, nuestro ser biológico, en su evolución, condujo a la construcción de sociedades y culturas; con la misma necesidad, nuestro hábitat sociocultural es el “caldo de cultivo” en que se desarrolla nuestro cerebro y nuestra personalidad.

Estas formas de pensar lo humano no sólo resultan muy clarificadoras y eficaces en la práctica clínica, sino que, además, resultan de mucha utilidad en la vida cotidiana de todos nosotros. Pues nos permiten ampliar y “limpiar” nuestras miradas y  mejorar nuestras interacciones con los prójimos. Ayudan a ser más autocríticos respecto de nuestras ideas y, de ese modo, librarnos de algunos de nuestros prejuicios y preconceptos discriminatorios y resultar, en consecuencia, más tolerantes, más empáticos y más piadosos.

 

                                                Lic. José Luis Abalo. M.P. 70031. M.N. 926.

                                            Psicólogo clínico, terapeuta familiar y filósofo.

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